Film & Media

Diario de un confinamiento – «Dolor y Gloria», un film de Pedro Almodóvar

La gloria está en el pasado de Salvador Mallo, director de cine. El dolor en el presente. Postrado en casa luego de una operación a la columna y aquejado por un sinfín de malestares físicos y anímicos, pasa sus días divagando, esbozando historias que no logra concluir. El homenaje a Sabor, su gran película de los años 80, que le dedicará la filmoteca española, será motivo para sumergirse en la memoria e indagar las razones de su desazón.

 

Un día al mundo lo confinaron y Pedro Almodóvar lo avizoró. No solo eso, también intuyó el dolor y la enfermedad. En especial la convalecencia de un cuerpo saturado de medicamentos, incapaz de recibir la más breve caricia humana o de soportar la cálida bienvenida del sol. Esa reclusión de su protagonista en una isla autosuficiente y clausurada al mundo suena hoy historia demasiado conocida. Quizás nunca estuvo hablando de él, sino de todos nosotros y de la penitencia por nuestros excesos.

El director ha confesado que Salvador Mallo no es su alter ego, aunque él también es un reconocido autor que gozó del poder de la transgresión décadas atrás. “He transitado los tortuosos caminos que mi personaje”, nos dice, un elegante eufemismo con el que intuimos que la realidad pudo haber sido mucho peor. Y, sin embargo, a pesar de ser una película catártica, no hay ningún sobresalto en ella. Dolor y Gloria tiene la cadencia de una canción de cuna y al mismo tiempo la intensidad del salmo. El reproche frente al dolor no lleva un nombre específico, es la debacle del propio cuerpo la culpable de la traición al artista. Es que en la enfermedad el deseo se extravía, la razón de ser de toda la obra de Almodóvar.

Los incondicionales de Pedro (entre los que me incluyo) hemos asistido a la celebración de este martirologio como quien entra de puntillas a una catedral que está a punto de venirse abajo. Sus detractores dirán que por fin hace películas serias, sin excentricidades, y es cierto que es una obra distinta a toda su filmografía, aunque ya había insinuado el giro en la incomprendida Julieta (2016). Es un Almodóvar con otra voz, que dice lo esencial (quizás Tomasso de Abel Ferrara sea con la que guarde mayor filiación). En Dolor y Gloria no hay retruécanos narrativos, tampoco un guion excesivamente laborioso, a pesar que el trabajo de mímesis entre personaje y autor sea complejísimo. El director ha conseguido un film asordinado en donde no caben más que los hallazgos creativos y las reflexiones del presente. Mucho tiene que ver la serenidad de una puesta en escena naturalista (por momentos hasta neorrealista), y que su director de fotografía, el gran José Luis Alcaine, ha sabido aprovechar para encuadrar el encierro y las formas de habitarlo. Hay una gran riqueza expresiva en la contemplación de un hombre confinado, subrayando las hojas de su libro de cabecera o viéndolo pulverizar ansiolíticos para mezclarlos con el yogurt de cada mañana. Retratos íntimos de la enfermedad y la soledad que fácilmente podemos hacerlos nuestros. 

Dolor y Gloria está hecha de episodios sin una columna vertebral muy definida. Una conversación intrascendente, el acorde de una melodía puede transportarnos a un pasado idealizado y aromático, siempre dominado por la figura materna (Penélope Cruz y Julieta Serrano, ambas extraordinarias), y un corte inesperado traernos nuevamente a la hostil vida adulta. Salvador Mallo es un personaje que voluntariamente se ha desconectado del presente y por ello le da un peso distinto al transcurrir del tiempo, del que busca extraer algún tipo de verdad. Él está a la espera de lo inevitable y en esa lenta agonía ataja como puede su historia personal, parte torbellino, parte sinfonía. Si aún quedan dudas de lo que Pedro Almodóvar y Antonio Banderas pueden hacer con este entramado de emociones debemos prestar atención a dos magníficas secuencias, ambas emparentadas con la manifestación del deseo y su imposibilidad. La primera es un reencuentro entre Mallo y Federico Delgado (Leonardo Sbaraglia), un ex amante. En ella, dos hombres agotados de la vida dialogan y revisitan su pasado como cowboys alrededor de la fogata. Una verdad dicha con sinceridad lleva a otra y de pronto hay tal tensión sexual en la salita que los cobija que se podría decir que están haciendo el amor sin llegar siquiera a tocarse. Más adelante, la segunda, es un silencioso flashback en el que un Salvador niño (Asier Flores) descubre lo que es un objeto de deseo y cómo esta imagen inalcanzable le perseguirá para el resto de su vida. Encuadre, montaje y sentido perfectos.

Quizás lo que le da una última capa de coherencia a todos estos aciertos es lo sutilmente trabajada que está la idea de compasión para una masculinidad en crisis. En la película desfilan como vacas sin cencerro amantes ambiguos, colaboradores traicioneros y sin trabajo, padres venidos a menos, traficantes de heroína y, sobre todo, el propio director. Pero es esa mirada de compasión hacia la fragilidad masculina la que hace que la representación del género pueda respirar. Ni héroes ni victimarios, solo una gran sensación de orfandad en individuos cansados del papel que representan y que necesitan una oportunidad de volver a empezar. El timing de Almodóvar es más que preciso, hoy no sabemos a dónde vamos a parar, cuánto más sobreviviremos y tampoco si el arte o la propia obra nos va a redimir, pero una compasión para la supervivencia y los caminos de la movilidad a partir de ella son fundamentales para soportar los tiempos que se avecinan. Una compasión maternal, femenina, de especie, que siempre ha estado en nuestra memoria, pero que hemos negado con inusual talento.




Posdata

Así como en Dolor y Gloria otros cineastas han encontrado formas de hablar de sí mismos sin caer en la tan temida auto gratificación. La reclusión, el regreso a la infancia, las relaciones de poder en los afectos o la vida íntima son hilos conductores de esta pequeña selección de títulos que tienden lazos con los temas planteados por Almodóvar. Historias en primera persona de directores que han abierto las puertas de su intimidad para contarnos de qué están hechos como seres humanos y como artistas.

 

Grupo de Familia (Luchino Visconti, Italia, 1974)

Fuera de la mansión, Italia bulle entre los rezagos de la prosperidad y los atentados terroristas que reniegan de ella (son los infames Años de Plomo). Dentro, un profesor retirado, (Burt Lancaster, alter ego del propio director) trata de comprender las razones de las grietas de su país, y de su propia vida, juntando una familia imposible que incluyen aristócratas y vividores. Visconti, que filmó esta película luego de una embolia (moriría poco tiempo después), maquilló muy sutilmente su intimidad, y su relación con Helmut Berger, para dar una visión demoledora de la Italia de los años 70: materialista, despilfarradora e impredecible, que aguijonea ideales, cuerpos jóvenes y lo que se le ponga en el camino con tal de seguir manteniéndose seducida por la belleza y el placer. En Grupo de Familia se conversa, se bebe, se vocifera entre las paredes del castillo de un rey moribundo. Se posa para la posteridad sobre un lienzo ya corrupto. Una obra maestra de uno de los grandes artistas del siglo 20.




Van Gogh (Maurice Pialat, Francia, 1991)

La violencia fue siempre la corriente que recorrió el cine de Maurice Pialat, canalizada en un estilo directo, crudo, sin ningún maquillaje que cubra las bofetadas físicas y emocionales que se propinan sus personajes. Pero a pesar de esta frontalidad su filmografía nunca dejó de ser inclasificable y hermética. Su aproximación a los últimos meses de la vida de Van Gogh respeta milimétricamente estos postulados y por ello consiguió la mejor recreación de la vida del artista holandés. La poca espectacularidad del film (esa obsesión de Pialat por filmar la intrascendencia de la vida) puede resultar molesta para quien quiera ver una película beatífica del mítico pintor. La belleza hay que buscarla en otra parte, en un almuerzo al aire libre o en el burdel, y claro esta, en ver al genio como un ser humano cualquiera, insípido y poco interesante, la víctima perfecta del abuso sistemático que sufrió. Van Gogh es de verdad y el abucheo que recibió en su estreno así lo demostró. La carta que Jean-Luc Godard le escribió a Pialat agradeciéndole por el film, también.




La Ley del más Fuerte (Reiner W. Fassbinder, Alemania, 1975)

Una película sin mucha piedad para su protagonista y director, el enorme Fassbinder. La ley del más Fuerte no se diferencia demasiado de sus otras películas con protagonistas femeninas como El Matrimonio de Eva Braun o Veronika Voss (ambas versiones del trauma nacional alemán de la postguerra), solo que aquí es un hombre el que intenta renacer de las cenizas mientras se enreda con medio reparto con tal de desenmascararlo. La Ley del más Fuerte, que cuenta la historia de un ingenuo ex empleado de varieté que luego de ganarse la lotería es esquilmado por rústico, es la excusa perfecta para hablar de las relaciones de poder en un mundo sin amor. Fassbinder no hace concesiones y es capaz de mezclar en un mismo encuadre la comedia sexual y el más frío análisis económico. Un auténtico kamikaze que utilizó su propio cuerpo para estamparse contra las leyes del mercado y las del gueto gay en la Alemania de los años 70. Una película imposible hoy en día, pero que podría podría enseñarse en las clases de historia y de economía para explicar cómo acaban para algunos los milagros económicos.




Distant Voices, Still Lives (Terence Davies, Reino Unido, 1988)

«El olor es como el oído», nos revela Terence Davies (uno de lo más importantes cineastas ingleses de la actualidad), «ya que puede conjurar un mundo en segundos». Davies es el artista de la memoria de su país, a la que siempre evoca película tras película. El espectador puede casi oler la sala, los pasillos y las habitaciones de la casita de Liverpool donde sucede el film, que son en verdad fragmentos de su propia infancia, encadenados por hermosos travellings que suelen concluir en retablos de lo que fue su vida familiar. Se podría decir que es el propio director el que camina por estos espacios de la memoria y en ellos visita tanto al padre abusivo que molía a golpes a su madre y hermanas, como a las celebraciones que juntaban y le daban un poco de luz a estos mártires de la clase obrera. Distant Voices, Still Lives es una lúcida respuesta a la existencia de las canciones y los musicales, que siempre han ocultado que en verdad se canta (y se baila) para no llorar. Davies, un gran adicto al cine clásico de Hollywood, jamás imaginó que el homenaje que le haría al escapismo de las películas se convertiría en una especie de mantra religioso para algunos, en especial para los que no creemos más que en el poder sublime y redentor de las imágenes. 




Jacquot de Nantes (Agnes Varda, Francia, 1991)

Jacques Demy, director de las soberbias Lola, La Bahía de los Ángeles, Los Paraguas de Cherburgo, Las Señoritas de Rochefort, y marido de la directora Agnès Varda, murió por complicaciones relacionadas al sida en 1990. Varda hizo al año siguiente esta extraordinaria película sobre la infancia de un hombre que conoció en profundidad y del que sabía lo que le atormentaba. A modo de despedida pobló su film de marionetas, teatritos callejeros, recreaciones de los humildes orígenes de la familia de Demy,  de su vocación por el cine y, como flashes, insertos de imágenes de archivo de sus películas; un collage inspiradísimo, que le permitió experimentar con la memoria de un artista único. Como la gran documentalista que fue Agnès Varda su Jacquot de Nantes es también una investigación sobre la exquisita sensibilidad de su marido, un artista que vivió entre el estallido de colores y el melancólico blanco y negro, y que de alguna manera nunca se privó de vestir y darle movimiento a las marionetas de su vida. 



 

Sound of Metal, un film de Darius Marder

El título de Sound of Metal podría remitirnos al clásico y vital Sound of Music con Julie Christie, pero nada más lejos de la realidad. Como buena película de su tiempo Sound of Metal es puro desencanto y una celebración de absolutamente nada. Ni de la pasión por la vocación, ni del talento, la pareja y mucho menos de la salud. Furiosa y contenida por partes iguales también podría ser una obra que documenta la naturaleza de los sonidos.

 

Gran título Sound of Metal para un musical o documental sobre la naturaleza del sonido. una película furiosa con el mundo sin una banda de sonido. Es, además, uno de los mejores exponentes de un subgénero por Hollywood, el de los perdedores, una ilustre lista que tiene a grandes personajes como el Fast Eddy de Paul Newman en The Hustler. Personas que tienen el mundo por delante y a ellos mismos para ponerse cabe cada paso que dan. En Sound of Metal el perdedor es Ruben. Baterista de un duo junto a Lu y que en su mejor momento pierde la capacidad de oir. Está en otra esfera sin haberlo buscado, tal vez siempre lo estuvo y la realidad lo catapilto jomas

 

TEaching children, from the dream to reality, recovery communiy, real no hollow. Culture. Real groups, real people, comming from addiction, invisible reality, learning curve, implantes, return to normal after sickness, addicted



Fragmentos de una mujer, un film de Kornél Mundruczó

El desembarco del húngaro kornel en tierras norteamericanas no podría ser más auspicioso, pudo haber caído en el telefilm glorificado de Gente como uno , pero ha conseguido casi una entrega más del decálogo de Kieslowski. Y es que esas calles de Boston parecen de algún país centro europeo menos de la gran manzana

 

Es muy difícil para un hombre hablar de una película tan femenina sin caer en la obviedad. Fragmentos de una mujer tiende tantos lazos entre las protagonistas de la película, tantos detalles, códigos que así como los personajes masculinos de la película que tienen la utilidad de una tabla. Es la mejor película del húngaro Kornél Mundruczó



Noticias del Gran Mundo, un film de Paul Greengrass

Paul Greengrass se ha especializado tanto en la estética de los asedios (Captain Phillips, las soberbias United 93 y 22 de Julio) que era inevitable su arribo al universo del wéstern. Lo curioso es que Noticias del Gran Mundo no se percibe anclada al pasado, se siente inmediata, incluso tiene más de un sesgo de relato postapocalíptico que la aleja de un simple revisionismo al género. Lo que si rescata de él (y que pone fin a esa cámara y montaje agitados, propios del documentalista afiebrado que es Greengrass), es la pausa para contemplar personajes inmersos en una aventura y frente a un territorio que los contiene y los abruma. Tanto el capitán Kidd (Hanks) como Joanna (Zengel), la niña doblemente huérfana con la que se encuentra en el camino, tienen que reconfigurar su identidad tras una guerra civil que podría situarse en cualquier época, país e incluso en el futuro. Este golpe de realidad tan desalentador como esperanzador por todo lo que hay que reconstruir sobre la precariedad social, además con una fauna devastada y una naturaleza que se revela. Volver a la carreta no es algo muy descabellado

 

extraños, luego compinches son los protagonistas de una gesta personal, una odisea El peso de la historia tiene tanta relevancia, la conquista del imperio norteamericano es y con las relaciones que refuerza la aventura. pausa para conocer  y opta por las panorámicas, el polvo de la ruta y la carreta. Sobre todo ese costado periodístico se lo ha pasado al personaje de Hanks, el capitan Kidd, que junta diarios para contarle a una audiencia embobada, qué sucede fuera de su polvoriento terruño. Pero son absolutamente desalentadores esos paisajes que parecen los . La caza a los bisontes, el ajusticiamiento, la naturaleza desatada se ve cómo algo que está por suceder, estamos en la antesala, somos noticia vieja del pasado.

Sobrevivir, post war, natural y simple, como la niña huérfana que tiene que llevar a algún lado. Odisea. División y desplazamiento. Un mejor lugar para los hijos. Buscadores de una tierra y un hogar perdidos

Paisajes que vuelven a empezar

Lo que si  es la sencillez de la historia y la practicidad de la acción, hombres con rifles, una constante en su obra. Y a pesar de la crudeza de todo lo que cuenta logra recatar más corazón que odio.

 



We are who we are, una miniserie de Luca Gudagnino